Pedro Simón

1 week ago | elmundo.es | Pedro Simón

Si en el comienzo de Ensayo sobre la ceguera un hombre pierde la vista súbitamente ante un semáforo en rojo, el gran apagón del pasado 28 de abril bien pudo iniciarse en Madrid a la manera inversa: un semáforo cualquiera, cerrando sus ojos eléctricos, quedándose ciego delante de un hombre. Delante de un hombre que va al trabajo y que ahora -con el pie en el embrague- no sabe si acelerar o frenar en cada cruce. Delante de una mujer que llama a su anciana madre y no logra respuesta.

2 weeks ago | elmundo.es | Pedro Simón |Carlos García Pozo

Un mes antes de la tragedia, su hijo Lucas tuvo que hacer un trabajo escolar sobre los desastres naturales. Eligió los tsunamis. Se documentó concienzudamente como siempre hacía y le fue con asombro a la madre por culpa de un dato estremecedor: el más devastador de la historia había matado a decenas de miles de personas, el equivalente a Teruel o Soria. Su madre le dijo que eso no era posible, que no podían ser tantos los muertos. Lucas tenía 10 años.

2 weeks ago | elmundo.es | Pedro Simón

Escojan un aula de Madrid. O una piscina infantil en Barcelona. O un grupo scout bien arracimado listo para una excursión en Valencia. Tiren un misil cuando sepan que están todos juntos. Dejen que se vayan dispersando el humo y el polvo. Busquen luego entre los escombros. Vayan contando uno a uno los cuerpos. Pónganlos en fila. Desmembrados. Abrasados. Eviscerados. Uno, dos, tres, cuatro... Suman 40 niños muertos. Ese es el saldo diario del gran estratega de la guerra.

3 weeks ago | elmundo.es | Pedro Simón |Patricia Bolinches

Hay adictos a la pornografía que dilapidan miles de euros en internet en un solo mes. Los hay que hocican en la ciénaga de la pedofilia y terminan detenidos. Están los que desarrollan disfunciones importantes de puertas adentro: ya no pueden tener sexo con su pareja si no media una pantalla.

3 weeks ago | elmundo.es | Pedro Simón

Una vez conocí a un redactor jefe que, cada año, al llegar estas fechas, indefectiblemente, hacía llorar a la becaria o al becario que había tenido la malísima fortuna de caer en su sección. El tipo lo iba contando por ahí, entre el orgullo propio y el lamento por la degeneración de la raza, como si el resto de los redactores jefes no hicieran bien su trabajo por tener a los suyos tan contentos.